5 de julio de 2012

Con el alma dividida en dos

Concierto de Ricardo Arjona en Caracas (2012)
Qué lejos estaba yo de imaginar siquiera, aquella noche de diciembre de 1998, sentado en una de las butacas de la Sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, mejor conocido como el Teatro Nacional, en la ciudad de Guatemala, que casi catorce años después, la noche del 30 de junio de 2012, volvería a presenciarlo ante mí, sobre un escenario, y ahora en Caracas, a más de cuatro mil seiscientos kilómetros del país que ambos compartimos como raíz.

En aquella ocasión me acompañó mi eterna amiga, mi hermana del alma: Karin (la canche), con quien dos años antes habíamos ido a nuestro primer concierto juntos, casualmente del mismo artista, a la Plaza de Toros, para cantar y disfrutar del talento de uno de los mejores cantautores guatemaltecos de la historia: Ricardo Arjona. En esta nueva ocasión estuve acompañado de la mujer más maravillosa que he podido conocer, después de mi madre, mi esposa Adriana.

Llegamos al filo de las dos y media de la tarde al CCCT en Caracas y, como niños perdidos en un parque de diversiones, buscamos a algún miembro de la seguridad del lugar para que nos indicara hacia donde debíamos ir para formarnos en la fila correspondiente para el área general. Encontramos a una mujer de mediana edad que nos dijo, señalando un kiosco: «detrás está un pasillo largo, a la mitad doblen a la derecha y encontrarán la puerta al estacionamiento, ahí buscan la fila que les corresponda».

Salimos al estacionamiento y el sol nos dio la bienvenida con sus más brillantes rayos y nos dijimos, “será una larga y dura espera hasta que ingresemos a la terraza”. Comenzamos a buscar el final de la fila que, luego de un corto tramo sobre el estacionamiento continuaba por una rampa que descendía hacia el nivel inferior del área de parqueo, nos colocamos detrás de una joven de camiseta verde y su compañera nos dijo señalando hacia nuestra izquierda: «la fila sigue por allá». La fila se cortaba para dejar libre el paso vehicular, así que continuamos caminando algunos tramos girando tres veces a la derecha y una a la izquierda y llegamos al final y nos instalamos, recostándonos sobre la parte trasera de un auto rojo que se encontraba ahí parqueado.

La espera se nos hizo eterna. El clima cálido y húmedo de la ciudad, el extractor de olores de una parrilla, justo a nuestras espaldas, el cansancio que surge rápidamente al quedarnos parados en un mismo lugar y la ansiedad porque iniciara de una vez por todas el concierto hicieron que cerca de las seis de la tarde, minutos antes de que se iniciara el ingreso a la terraza, deseáramos sentarnos a descansar, comer y beber algo.

Durante esa espera pasó frente a nosotros, de ida y vuelta, una y otra vez, un desfile de vendedores de camisetas, gorras, botones, cintas, pulseras y otros souvenires con el rostro y el nombre de Arjona o los nombres de las ciudades venezolanas incluidas en el Metamorfosis World Tour, además de más de un revendedor de entradas, que no puede faltar, para la fortuna de más de alguno.

La fila comenzó a avanzar poco a poco y cerca de la salida a la rampa que nos llevaría al nivel superior escuchamos la voz aterrada de una de las chicas que venía detrás de nosotros diciendo: «¡está cayendo un palo de agua!». Sonó terrible, mas, cuando fue inminente salir al escampado supimos que no se trataba de un aguacero sino de una llovizna fuerte, que podríamos soportar si no se prolongaba mucho en el tiempo, y la fortuna nos sonrió pocos minutos más tarde cuando dejó de llover.

Ingresamos y nos instalamos en el área que consideramos el mejor espacio disponible en ese momento. Dos horas y media más tarde las pantallas laterales comenzaron a mostrar las imágenes de un noticiero que hablaba de un clima ficticio, y daba algunas noticias sin sentido, entrecortadas por lo que parecían fallos de conexión de sonido y video. Las luces del escenario se encendieron y la algarabía se apoderó del lugar. La música comenzó a sonar, pero Arjona no aparecía en escena, como le encanta hacerlo.

La emoción fue toda, una, la misma en todos cuando vestido completamente de negro, pantalón, camiseta y saco, la imagen de Ricardo Arjona apareció al centro del segundo piso de la escenografía diseñada para la ocasión.

Una a una se sucedieron las primeras canciones, sin mayores intervenciones de Arjona entre unas y otras hasta que, luego de cantar El Amor, él reapareció sobre el escenario dirigiéndose hacia un organillo que había sido colocado ahí segundos antes por los miembros de su equipo. Comenzó preguntando si alguien conocía ese aparato, yo desde la distancia en la que me encontraba tuve que esperar hasta que en las pantallas laterales se mostrara un acercamiento del objeto en cuestión y le dije a Adriana: “es un organillo, de esos que suenan haciendo girar una manivela”.

Ricardo Arjona junto a un organillo
Nos relató una historia de amor, en la que él, acompañado de una mujer, visitaban con frecuencia un pequeño parque de la ciudad de Guatemala, varios años atrás. Aunque ella era algunos años mayor que él, disfrutaban de su mutua compañía, conversaban mientras sentados en alguna banca escuchaban a un anciano que hacía sonar un organillo como el que él tenía a su lado.

Para el asombro de todos nosotros la historia relatada no era una historia de amor como muchas que pueden encontrarse en las novelas románticas, en la poesía e inclusive en las propias canciones de Arjona. Era una historia de un amor que va más allá del romanticismo, era una historia sobre el amor más puro que puede existir, el amor de una madre. La dama a la que se refería la historia era su madre.

Tomó la manivela, la hizo girar y el organillo comenzó a emitir su particular sonido, pero lejos de escucharse alguna melodía, de esas compuestas o arregladas para este aparato, la melodía que sonaba nos resultó más que familiar, era la introducción de Mi novia se me está poniendo vieja.

Y entonces me dividí en dos. Una mitad seguía ahí, la otra viajó unos miles de kilómetros hacia el centro-norte del continente. Estaba de vuelta en Guatemala y tenía alrededor de ocho años. Mi mamá, mi hermano y yo llegábamos al parquecito frente a la Iglesia de la Divina Providencia, en la zona 8 capitalina, algunas cuadras cerca de donde también vivió el propio Ricardo en su niñez.

Aunque en aquél pequeño parque no había un organillero, y a mi hermano y a mí nos daba por correr, saltar y jugar, con mayor frecuencia, alguna tarde de esas también nos dio por sentarnos en una banca a conversar.

Mientras la historia avanzaba en la voz de Arjona, la distancia de aquellos días, y ahora, los muchos kilómetros que me separan de mi madre, comenzaron a operar un cambio en mí, y no es que yo no fuese consciente de lo maravillosa que ha sido mi mamá, mas, cada verso, cada frase de la canción me la mostraban íntegra, como si la canción hubiese sido escrita sobre ella, o como si además de compartir la misma nacionalidad compartiésemos, Ricardo y yo, la misma madre, dividida en dos, tal vez por la milagrosa coincidencia de ser ambas guatemaltecas.

Cuando la canción terminó, las lágrimas rodaban sobre mis mejillas, como lo hacen ahora que escribo. Me aferré a Adriana y ella me abrazó comprendiéndolo todo. A partir de ahí el concierto no fue lo mismo, las canciones repercutían con mayor fuerza en mí, y se hicieron más reales, intensas y maravillosas.

A la mitad del concierto apareció sobre el escenario Gaby Moreno, una talentosa cantante y joven compositora guatemalteca con quien Arjona interpretó a dúo Fuiste tú. Mi sorpresa fue inmensa cuando escuché al público emocionarse con la aparición de Gaby, no sabía que gozaba de tan buen aprecio por parte del público venezolano.

El concierto continuó y terminó luego de hacer un repaso por las canciones más significativas de la carrera de este excelente compositor. Tres veces se despidió del público. Dos veces volvió, haciendo caso al llamado de los asistentes diciendo a coro: «otra, otra, otra».

Volví a la realidad cuando los asistentes se giraron sobre sí y comenzaron a buscar la salida del lugar, fue como un despertar abrupto, como abrir los ojos y observar una avalancha humana que se venía sobre mí, satisfecha con el show que acababa de terminar de presenciar. Yo sabía que no había más, aunque dentro de mí guardaba la esperanza de que el concierto continuase, tal vez para seguir sintiéndome un poco más cerca de mi país, de mi gente y de mi madre, a quien mi hermano y su esposa llevaron a uno de los conciertos de este mismo tour (Metamorfosis) en Guatemala, en marzo de este mismo año.

Carátula de Independiente (Ricardo Arjona 2011)
Sin duda alguna Ricardo Arjona es hoy por hoy uno de los compositores más reconocidos del ámbito musical hispano hablante, y por la calidad de sus canciones y trayectoria puede adivinarse que en el futuro seguirá sorprendiéndonos y emocionándonos con nuevas composiciones, pero mientras ello sucede podemos disfrutar de Mi novia se me está poniendo vieja, incluida en el álbum Independiente, lanzado en 2011, una de las mejores canciones de su haber, para que cada quien pueda proyectar a su madre en ella, a través de ella, como lo hago yo ahora que la mitad de mi alma se ha quedado anclada al lado de mi madre, donde quiera que vaya.


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