Bohemio y soñador al fin, desde muy joven me sentí atraído por las historias que la noche depara para los aventureros, enamorados, poetas y locos capaces de conquistar, lo mismo a la más pomposa de las damas aristocráticas como a la menos recatada y despreocupada de las mujeres de un burdel, armados con tan solo un par de versos en la voz.
Una tarde me dio por soñar...
Él, un trovador errante, propio de su tiempo. Ella, la dueña del bar de un pequeño pueblo a las orillas del mar, pueblo al que fue a parar en su errancia el trovador una noche de tantas por causa de su oficio.
El calor sofocante del verano, la sal de la mar que lo inunda todo, resecando el paladar, y el deseo de una buena copa los puso frente a frente. Él cantó para ella las historias de sus andanzas por tierras lejanas y misteriosas. Ella lo obsequió con su mirada felina y el libar más apetecible, el licor de su existencia. Las callejuelas, las farolas y la luna los vieron caminar con rumbo norte. Se amaron con locura toda la noche. La luna, que se coló por la ventana de la alcoba, los encontró abrazados hasta el alba.