Para la imaginación de un niño de siete años cualquier objeto puede convertirse en algo que no es; una escoba bien puede ser la guitarra eléctrica de una súper estrella del rock, un bate de baseball, una súper pistola de rayos laser y, el plato de la comida del perro, la nave espacial de un extraterrestre, o bien, el birrete de gala de un soldado para un desfile.
A mis siete años un juguete se convirtió en toda una obsesión: quería tener uno, como cualquier niño de mi edad, y no se trataba de algún aparato capaz de autotransformarse en tres o cuatro cosas fabulosas y distintas a la vez, era tan solo un sencillo plato redondo plástico, que había que hacer girar sobre la punta de una varilla del mismo material.