Al alzar la vista, luego de beber el último sorbo de mi copa, la descubrí. Por alguna extraña razón ella estaba sentada sobre la barra del bar, como si fuera la reina del lugar, y talvez por una broma del destino lo era, al menos para mí. Tenía un vestido blanco, de novia, veía a todas partes y con mirada azucarada intentaba seducir a los que por ahí pasaban, les hablaba de manera acompasada, rítmica, como si cantara, y talvez lo hacía porque los que la veían le hablaban de la misma manera.
Contra mi deseo, no pude levantarme de la silla. Su sonrisa, su cabello, su piel, todo su cuerpo y todo su espacio me petrificaron, no podía moverme, sólo podía verla, quería hablarle como los demás, quería musitarle lo que sentía, pero no logré moverme, y cuando intenté hablarle mi voz no salió.