6 de abril de 2012

A la Reina de la Alegría

No puedo recordar con exactitud la forma en la que nos conocimos. Yo era un recién llegado, ella tenía ya varios años de tránsito por el lugar y reía con deliciosa alegría que contagiaba a todo el que estuviera cerca, como invitándonos al supremo gozo de la felicidad.

Sospecho que me tomó entre sus brazos y me dijo algo al oído, muy bajo para que quedara entre los dos, y sé que pudo haber sido así porque hoy, casi treinta y siete años después, en mi oído sigue resonando su voz como una especie de risueño consejero, más allá de los muchos kilómetros de distancia, e incluso, de la eternidad por la que ahora transita triunfante de haber cumplido su misión por este mundo, regalar alegría a todos a su alrededor, como se lo dictó el Dios de las alturas allá en los principios de la vida.

Mi Tía Cristy fue, ha sido y será una de las segundas madres para mí y para mi hermano. Le enseñó a mi hermano a cantar, a moverse como osito bailarín, a escuchar música suave sentados sobre sus piernas y a no estrellar contra el piso los huevos para el desayuno del siguiente día. A mí me enseñó los colores a pesar de su casi total cequera, a cantar las canciones de Cri Cri, que me gustaban tanto y a ella también, a escuchar a Verdi y disfrutar la magnificencia de los valses de Strauss, y me hizo entender, a los dos años, que bañarme en un Kilo de harina, sobre la mesa del comedor, no me haría más blanco.

Coincidimos en esta vida para complacernos: ella cocinaba el arroz horneado y el pollo encebollado (que me vuelven loco) casi cada vez que la visitaba en su casa y yo le hacía escuchar la música que iba descubriendo paso a paso por mi adolescencia y juventud. Así fue que una tarde de sábado, contándole las escenas de la película La Vida es Bella, me dijo que una de sus arias operáticas favoritas era La Barcarola, de Jacques Offenbach, esa deliciosa pieza con la que Guido (el gran actor italiano Roberto Benini) le hace saber a su Princesa que siempre piensa en ella, aunque se encuentren separados, entre las barracas del campo de concentración al que fueron llevados por los Nazis, por ser él descendiente de Judíos.

Una tarde, disfrutando de hermosas piezas que sonaban en su emisora favorita (Estéreo Cristal) descubrí su pasión por El Nabucco de Giuseppe Verdi. Para complacerla, yo le hice una copia del disco Escrito con Música que grabó la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) en el que se incluye una versión maravillosa de esta excelente obra.

Otra tarde en la sala de mi casa, reunidos mis papás, ella y yo, escuchábamos canciones divertidas, de varios autores, y al escuchar a Carlos Mejía Godoy me preguntó si tenía Aquel almendro de’onde la Tere y le respondí que por supuesto, y terminamos escuchando casi todas las que tenía. Ella contó que siempre le había gustado esa canción, por lo dulce y melancólica. Nuevamente para complacerla le pregunté qué canciones de Carlos Mejía Godoy quería que le grabase en un disco, y entre otras estaba, por supuesto, esa canción. Cuando estuve de visita en Guatemala a finales de 2010 me confesó que desde que yo vivía en Caracas ella no podía escuchar ese disco sin derramar una lágrima por la distancia que nos separaba.

Podría seguir contando muchas historias acerca de ella, mas creo que la mejor manera que tengo de recordarla es escuchar nuevamente la música que nos hizo y hará tan felices por siempre. Seguramente donde está ahora se habrá encontrado con los grandes maestros de la música de todos los tiempos (a los que tanto adora), y sin duda alguna todos ellos se reunieron para darle la bienvenida hace dos noches, con lo mejor de su repertorio.

Hoy quiero dejar con ustedes las tres piezas de las que he hablado. La primera, La Barcarola (Barcarolle en italiano) de Offenbach, en una versión fantástica, dirigida por el excelente violinista y director de orquesta holandés André Rieu (mi favorito), e interpretada vocalmente por Carla Mafioletti y Carmen Monarcha, que disfrutarán en video



La segunda, Coro de Esclavos Hebreos (conocida comúnmente como El Nabucco) de Verdi, interpretado por el Orfeón Fermín Gurmindo (Madrid), las Corales Cidade de Vigo, Alaia, y Allegro, con el acompañamiento de la Orquesta de Plectro “Ciudad de los Califas” (Córdoba), incluida en el álbum Escrito con Música realizado por la ONCE en conmemoración del Año Europeo de las Personas con Discapacidad en 2003, que podrán disfrutar en audio.



La tercera, Aquél almendro de’onde la Tere, del nicaragüense Carlos Mejía Godoy, en su versión original, hasta donde tengo entendido, que yo obtuve gracias a mi buen amigo Lacho, quien hace poco más de una década me prestó el disco Lo Mejor de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy en el que se incluye esta canción.



Espero que disfruten tanto como ella y yo de estas tres maravillosas joyas de la música.

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