Gracias al hambre de los viernes por la noche, y a mi voraz apetito carnívoro conocí a Hugo, el parrillero de El Breve Espacio, un pequeño restaurante bar de la colonia 1º de Julio, lugar donde viví mis últimos quince años en Guatemala, y gracias a eso descubrí nuestra común afición por las canciones de sentido social y testimonial, conocidas comúnmente como canciones de protesta (La Nueva Trova.
Gracias a Hugo, los churrascos y las canciones conocí a Tito, el dueño de ese peculiar espacio de bohemia local al que concurría y aún concurre, aunque con menor frecuencia, un particular grupo de individuos de ideas progresistas, bohemios amantes de los versos de Neruda y Sabines, y de la jarana en todas sus formas, y hasta uno que otro cantante imitador a medias de Silvio Rodríguez, León Gieco o Eduardo Franco, vocalista de Los Iracundos. Entre estos últimos me contaba yo, conformando entre todos una suerte de clan, a modo de “La Crema Innata de la Intelectualidad Local”.