De los placeres que nos ofrece la vida hay dos a los que no estaré dispuesto a renunciar jamás: la música y la comida. Suelen acompañarse entre sí con regularidad, casi siempre la comida es puesta por delante, y sobre esa base se elige la música más apropiada para la ocasión, inclusive algunas veces se la selecciona acorde al menú.
En algunos países, como es el caso de Guatemala, el almuerzo se acompaña con el bello sonido de la marimba. Valses, boleros, cumbias y guarimbas, entre otros ritmos, se escuchan en los equipos de sonido de los comedores y restaurantes, incluso en algunos de éstos hay un pequeño grupo marimbístico amenizando esa deliciosa hora.
En El Salvador sucede algo un tanto más curioso, y es que los compositores de esa tierra decidieron escribir canciones que hablan de algunas comidas del lugar, como el Atol de Elote y Las Pupusas (esas deliciosas tortillas de maíz rellenas de chicharrón, queso o frijoles, que se sirven con una generosa capa de repollo y zanahoria curtidos y un poco de salsa de tomate preparada en el sitio donde se las vende).
Pero el caso más curioso de todos los que conozco en materia del buen combinar la gastronomía con la música es el matrimonio resultante entre el guacamole mexicano y la creatividad de un excelente y original compositor argentino.