La puerta del ascensor se abrió y fuimos recibidos por la sonrisa amable del Sr. D’agostino, quien, con su mano izquierda extendida, nos señaló la escalinata por la que debíamos descender. Fue entonces cuando escuchamos que la canción que habíamos escogido para ese momento ya había comenzado a sonar. La voz del animador de la fiesta se sobrepuso a la música y, dirigiéndose a la concurrencia, dijo con ánimo jubiloso:
-¡Señoras y señores, recibamos, con un fuerte aplauso, a la nueva pareja de esposos: Otto y Adriana! -Y la emoción se desbordó por todo el lugar.
12 de septiembre de 2014
27 de abril de 2014
La Gloria de un gol
Aquella mañana un cielo nublado saludó a la ciudad con ese reflejo opaco y grisáceo propio de los días en los que nada puede salir bien, pero que de igual manera suceden. Yo, por alguna extraña razón, me sentía con ánimos de todo, sentía que aquél podría ser un buen día, pese a tener que ir al colegio.
A las diez de la mañana el timbre que anunciaba la hora del recreo sonó y todos los estudiantes salimos en estampida de los salones de clases a una mañana para entonces soleada. La hora había llegado; dos lentas y desesperantes horas habían pasado entre operaciones fraccionarias, la vida del gran explorador Marco Polo y los objetos directos e indirectos, el circunstancial y alguna otra cosa horrorosa de esas que componen una oración.
A las diez de la mañana el timbre que anunciaba la hora del recreo sonó y todos los estudiantes salimos en estampida de los salones de clases a una mañana para entonces soleada. La hora había llegado; dos lentas y desesperantes horas habían pasado entre operaciones fraccionarias, la vida del gran explorador Marco Polo y los objetos directos e indirectos, el circunstancial y alguna otra cosa horrorosa de esas que componen una oración.
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Estados Unidos,
Laura Branigan,
Pop Rock
24 de febrero de 2014
Tu fantasma y yo
Un amigo me dijo, en una ocasión, que en la vida hay momentos en los que es mejor dar vuelta a la página y continuar, pero yo le respondí que, en ocasiones, ni siquiera cerrando el libro logramos escapar de los fantasmas que desde él nos asechan, sin darnos tregua; así me sucedió contigo.
Como quien dobla la esquina y se olvida de lo que quedó atrás, te diste la vuelta y con paso resuelto caminaste hasta llegar a la puerta del autobús; subiste los escalones y te perdiste entre los pasajeros que parecían observarnos desde las ventanillas. El piloto encendió el motor y se puso en marcha. No hubo una mano moviéndose en señal de despedida. No hubo un rostro sonriente, ni siquiera uno triste, tras ninguna ventanilla. No hubo nada.
Como quien dobla la esquina y se olvida de lo que quedó atrás, te diste la vuelta y con paso resuelto caminaste hasta llegar a la puerta del autobús; subiste los escalones y te perdiste entre los pasajeros que parecían observarnos desde las ventanillas. El piloto encendió el motor y se puso en marcha. No hubo una mano moviéndose en señal de despedida. No hubo un rostro sonriente, ni siquiera uno triste, tras ninguna ventanilla. No hubo nada.
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