Un amigo me dijo, en una ocasión, que en la vida hay momentos en los que es mejor dar vuelta a la página y continuar, pero yo le respondí que, en ocasiones, ni siquiera cerrando el libro logramos escapar de los fantasmas que desde él nos asechan, sin darnos tregua; así me sucedió contigo.
Como quien dobla la esquina y se olvida de lo que quedó atrás, te diste la vuelta y con paso resuelto caminaste hasta llegar a la puerta del autobús; subiste los escalones y te perdiste entre los pasajeros que parecían observarnos desde las ventanillas. El piloto encendió el motor y se puso en marcha. No hubo una mano moviéndose en señal de despedida. No hubo un rostro sonriente, ni siquiera uno triste, tras ninguna ventanilla. No hubo nada.