En 1990 la televisora mexicana Televisa, bajo la producción de Luis de Llano, sacude el horario estelar de su franja de telenovelas presentando la novela juvenil Alcanzar una Estrella, que protagonizaran los ex Timbiriche Mariana Garza y Eduardo Capetillo, en la que Capetillo hace el papel de un cantante y actor famoso y Garza el de una fan que se muere por éste.
En esa telenovela hace una aparición corta un compositor guatemalteco, alto, delgado, de pelo largo y guitarra en mano, una especie de gitano urbano, que luego de haber recorrido casi toda Sur América decide apostar por su carrera como cantautor en México, y se encuentra con la propuesta de actuar en la novela. Aceptó el papel, y a decir por él mismo lo hizo fatal. Una canción de éste formó parte del disco promocional de la novela: La mujer que no soñé, interpretada por Capetillo.
Poco antes de las seis de la tarde del 7 de diciembre todo transcurría con normalidad en las calles y los barrios de la ciudad. Algunos niños jugaban el final de la chamusca de la tarde bajo la consigna de “el último gol gana”, otros veían en la televisión a sus personajes favoritos en escenas navideñas y unos pocos se conformaban con ver caer la tarde desde sus ventanas, entre estos yo. No parecía haber ningún indicio de lo que sucedería cuando las agujas del reloj se alineasen verticalmente, como partiéndolo por la mitad, indicando las seis en punto, la hora pactada.
Cuando los campanarios de las iglesias llamaron a misa dieron también el aviso de la hora convenida por todos, en secreto a voces, y los fuegos comenzaron a arder en las calles, frente a las casas, en las esquinas de los parques, en todas partes, en los pequeños pueblos y en las ciudades también.
Los niños corríamos y saltábamos alrededor de las llamas, los adultos alimentaban el fuego con lo que habían reunido para la ocasión y el país entero terminaba por tomar una luminosidad naranja que a la vista de quien sobrevolara el territorio guatemalteco parecería un incendio de proporciones inimaginables. ¡Una nación entera presa de las llamas! ¡Había iniciado la tradicional fiesta de La Quema del Diablo!
Creo que en mi vida los seres mágicos, luminosos, extraños, a veces reales y otras no tanto, han jugado un papel importante. Desde los amigos, parientes, alguno que otro vecino, los cantantes en la radio, los escritores, los personajes de la televisión, más de una mascota y algún protagonista de cuentos me han inspirado y modelado.
La igualdad y el bien común han sido valores que desde pequeño aprendí, y que procuro poner en práctica a cada instante en mi vida. Fueron esos valores los que descubrí una tarde de febrero de 1997 gracias a Carlitos, mi primo, quien me hizo escuchar un cuento cantado y contado por un compositor uruguayo de canciones católicas.
Desde la vista que ofrecía la puerta con barrotes de la prisión podía observarse el entorno circundante: una pequeña escalinata que desembocaba en una calle un tanto ancha, un pequeño puesto de frutas atendidas por un hombre de sombrero de paja que no dejaba de tararear para sí la misma tonada, y frente a esto una plaza de proporciones medianas, despejada, vacía.
Un hombre alto de tez morena clara se detuvo en el centro de la plaza y comenzó a pregonar que volaría, que lo haría ese día. Los que por ahí pasaban lo veían y le decían que semejante cosa era imposible, «las águilas, los colibríes, las gaviotas pueden volar, ¡pero los hombres no!». El hombre continuaba diciendo que volaría y un grupo de gente se reunió a su alrededor. El hombre extendió sus brazos como alas y se elevó ante la mirada atónita de los demás. No podía ser posible, era inaudito.
Con tan solo 10 años, en 1985, conocí la nostalgia. Se me presentó de frente,
desnuda, aunque de forma un tanto confusa para mi edad, y sin embargo no me
desagradó. Sonaba en la radio constantemente, parecía inundar el dial, con su
tonada melancólica y tierna a la vez.
Las primeras veces no supe identificar que eran tres voces distintas las que
cantaban, y no fue sino hasta que una tarde, por pura casualidad, cambiando
los canales en el televisor escuché la tonada y las vi: eran jóvenes, de
rostros dulces. Una de ellas aparecía en escena entrando a la oficina de un
ejecutivo, a quien le entregaba una copia del disco donde se incluía la
canción. Él la vio un tanto sorprendido y cuando intentó hablarle ella decidió
irse, con la mirada llena de nostalgia.
Estaba sentado en clase de canto en el Instituto Angélica Rosa, escuchando y viendo lo que hacían mis compañeros, cumpliendo con la asignatura del día, ya no recuerdo cual era. Comenzó a sonar una tonada acústica, piano, guitarra y violín, un tanto melancólica, dos voces comenzaron a cantar al unísono, dos chicas de mi grupo, Marcia de 13 y Lucía de 15. La canción era una declaración franca y abierta de un adiós, que nadie quiere escuchar, dicho e interpretado con tal tacto que por un momento yo pensé y sentí como si me lo dijesen a mí.
Marcia llevaba la voz grave, la que me hizo preso; Lucía, la voz aguda, la que me partió en dos. Sus miradas no se dirigían a mí, pero no hacía falta, la intención bastaba.
Una tarde de martes, soleada, a fines de noviembre de 1994, conversaba con dos amigos músicos, Edwin y Luis Enrique, en la habitación que ocupaba el segundo en una casa de huéspedes en el centro de la ciudad. Éste nos proponía la idea de armar una estudiantina en el colegio en el que él impartía clases de música. Luego de meditarlo acepté bajo la condición de ser una especie de asesor, pero sin participación directa ni obligatoria en los ensayos ni presentaciones.
Mientras conversábamos Luis Enrique tomó un cassete, lo colocó en su radio grabadora y oprimió la tecla de reproducir. Sonaban canciones extrañas para mí, nunca había escuchado algo semejante. Predominaba en la mayoría de las canciones una guitarra ejecutada virtuosamente, que acompañaba a una voz que me pareció masculina aunque bastante aguda y nasal.
Nunca he tenido vocación de adivino, por eso no pude saber cuando nuestras miradas se cruzaron que esos ojos me reflejarían el resto de la vida, ni tampoco pude saber que sus manos delicadas cuidarían de mí, mas sí supe desde el comienzo de mis días que la mujer que la vida destinaba para mi existencia sería la que no me buscase, la que yo no buscara, la que por la pura y bendita suerte de la coincidencia me encontraría al mismo tiempo que yo a ella.
La vida nos plantó frente a frente, para mí, al alcance de una sonrisa, para ella, al alcance de un beso en la mano, la noche del sábado 4 de noviembre de 2006 en Caracas, hace cinco años. Conversamos apenas unos minutos, y luego nos despedimos. No fue sino la virtualidad, la internet, quien nos hizo coincidir nuevamente y para siempre. Por eso dedico a mi esposa, Adriana, este post, por su cumpleaños.
Poco después de las 8:30 de la noche del 13 de marzo de 1993, las luces y pantallas del escenario montado en el ruedo de la antigua Plaza de Toros La Aurora, hoy conocido como el Domo de la zona 13, se apagaron y la expectación se apoderó del lugar por unos segundos. Luego, la música empezó a sonar y la emoción del público con ella. Yo no podía creer que estuviera ahí, ocho horas antes aún no tenía entrada para el concierto, y lo peor es que prácticamente estaban agotadas. Logré hacerme de una gracias a algo parecido a un milagro, cuando Tonito, mi primo, le preguntó al dependiente del Súper 24 del boulevard liberación si aún tenía entradas, aquél le respondió que no, y el chico delante de nosotros en la fila se volteó y dijo, yo tengo una que me sobra, ¡te la vendo!.
Un ritmo pegajoso, una mezcla de reggae, pop y rock inundó el lugar, invitaba a bailar, a cantar, a saltar, a dejarse la vida por disfrutar dos horas de el show de una de las bandas más importantes del rock en español de toda la historia.
Sin duda alguna todos hemos escuchado historias sobre brujas, fantasmas, seres místicos, algunos incluso muy regionales o locales, y cuando nos hablan de muertos la carne se nos pone como la de las gallinas; pero hay de muertos a muertos, como aquellos de los que habla Mecano en No es serio este cementerio, bastante simpáticos todos, ¿verdad?
Sin embargo hay un grupo de muertos que no sólo nos pusieron la piel de gallina, sino que nos pararon el pelo, nos helaron la sangre y nos dejaron con la boca abierta cuando, en medio de una escalofriante persecución a una joven, les da por bailar al ritmo del pop.
Talvez el nombre de esta canción no le diga nada a muchos, pero si digo que una de las 15 canciones seleccionadas para participar en el Festival América esta es tu Canción fue esta quizás dé alguna pista y, si digo que fue interpretada por Tony, Miguel, Rey y Chayanne, y que cautivaron la atención de la niñez y juventud en Puerto Rico, Guatemala, México y otros países a principios de los 80's, entonces haya quien diga ¡ah, estás hablando de Los Chicos de Puerto Rico!
Estimados amigos sean bienvenidos a este, mi primer blog, el primero de varios que poco a poco estaré armando y, de lo que en su momento les contaré para que los vayan visitando y volviéndose seguidores.
Este blog lo he preparado con la idea de compartir las canciones que han dejado marcas, sentimientos, reflexiones; en momentos de mi vida que probablemente compartí contigo, o quizás no, pero que seguramente también dejaron algo en la tuya, en la de todos.
Por eso dejo aquí estas 1000 canciones y más que sin lugar a duda serán como pinceladas que te cuenten un poquito de mí, pero, más que nada, servirán para que todos le demos una oportunidad a los recuerdos de estar presentes en nuestra memoria.
Les dejo pues una muestra de lo que encontrarán por acá, "La fábula del Grillo y el Mar", una de las mejores canciones de los muchachos de Alux Nahual, grupo de Rock Guatemalteco que vio la luz en 1979, época en que el enfrentamiento armado entre el Ejército y la Guerrilla guatemaltecos tuvo uno de sus peores períodos. Esta canción forma parte de su primer disco “Alux Nahual” grabado en 1981 por DIDECA.
Alux Nahual, vocablos de origen Maya-Quiché, significa Espíritu del Duende.
La fábula del grillo y el mar me hace recordar esos tiempos de mi temprana juventud (1992-93) en que deambulaba por las calles de mi Guatemala, observando, aprendiendo un poco sobre la vida. Y fue así, en ese deambular que la escuché una tarde, sonaba como el ambiente musical de la tienda de discos New York, que ya no existe, en el Pasaje Rubio del Portal del Comercio, en el centro de la ciudad; me quedé parado frente a la vitrina haciendo como que veía los discos y cassettes en venta y al terminar entré y le pregunté al dependiente ...¿Cómo se llama esa canción? ¿Quién la canta?... estaba impresionado, yo quería escribir y cantar canciones así. Lamentablemente no pude comprar el disco.
Un par de años después, ya convencido de la idea de ser cantante y habiendo escrito un par de sencillas canciones de amor, decidí cantarle a lo que veía y sentía, como ese grillo de la fábula que al final le canta a la mar. Eso de ser cantante lo llevo en la sangre hasta hoy, aunque no pude dedicarme a ello mucho tiempo, mas siempre lo recuerdo como una de las mejores épocas de mi vida, y de ello hablaré en próximas ocasiones. Pero... dejemos que sean los aluxes quienes cuenten la historia de mi amigo el grillo.
Para mis amigos ciegos he colocado un reproductor de música que si bien no es del todo accesible es el que me permitió darles la oportunidad de reproducir la canción.